Elisa era una princesa, poseía una vida plena, con un reino que la adoraba, un marido que la amaba y grandes riquezas para gastarse a su antojo. Pero esa felicidad no tardaría en desvanecerse, como dicen, todo lo bueno un día se acaba.
Cierto día unos vándalos, mientras el príncipe paseaba por el bosque que rodeaba el castillo, lo apuñalaron y asesinaron. Elisa, al enterarse de lo ocurrido, corrió, bañada en lágrimas, al encuentro del cadaver de su esposo.
Al verlo, postrado sobre el suelo ensangrentado, su cuerpo yaciendo inerte, se abalanzó sobre él y lloró durante horas sobre el lugar donde antes había estado palpitando un corazón rebosante de vida.
cuando levantó la vista, un ser amorfo con patas de cabra y unos cuernos perforando su frente, la observaba con una sonrisa maliciosa. Elisa conocía a aquel horrendo personaje, intentó retroceder, pero el miedo y la tristeza provocada por la llegada inesperada de la muerte, la paralizaban.
El demonio se acercó a ella y le puso su mano, más humana de lo que en realidad era, sobre el hombro, ella lo único que podía hacer era temblar de puro terror, pero fue lo que le dijo lo que la sorprendió:
- Puedo ayudarte, tan solo tendrás que renunciar a la adoración del pueblo, tu físico inocente se verá sustituido por un aura oscura y tu esposo volverá a la vida ¿Estás dispuesta?
Los ojos de Elisa se iluminaron, llenos de esperanza por poder recuperar a su esposo.
- ¡Sí! Hágame lo que quiera con tal de devolverle a la vida- le suplicó de rodillas al tiempo que señalaba el cuerpo sin vida del príncipe.
El diablo asintió y, en ese preciso momento, las lágrimas de Elisa se transformaron en sangre y de su espalda emergieron del hermosas alas de plumaje negro como la noche, pero extrañamente, se sentía igual que antes, esos pequeños detalles le parecían un precio muy pequeño por haber devuelto la vida a su amado, pero se equivocaba...
El príncipe poco a poco fue abriendo los ojos, recuperando su vida como flor marchita que recupera el color, pero al ver a su esposa con esas alas emergiendo de su espalda y el rostro cubierto de sangre debido a las lágrimas que había derramado, se apartó horrorizado diciéndole que había condenado su alma y que hasta que no se desprendiese de esas horribles alas no se volviese a acercar a él. Elisa huyó desconsolada hacia la espesura del bosque y, tras mucho pensarlo decidió que, costase lo que costase, se iba a deshacer de aquellas alas y, con ayuda de un cuchillo, se las cortó, soportando el dolor con gran valentía, pensando que así su marido volvería a aceptarla.
Al verla de nuevo el príncipe libre de aquella marca infernal, la tomó de las manos, la besó y la abrazó, jurando que era lo mejor que había podido encontrar, pero todo cambió cuando descubrió las dos profundas marcas negras que permanecían en su espalda y que jamás iban a desaparecer, recordándole su sacrificio; sin pensárselo dos veces la volvió a expulsar del castillo, acusándola de ser indigna e infernal y mandada ser perseguida, a lo que ella respondió con voz serena y firme:
- ¿Cómo me puedes llamar ser infernal? ¿Acaso un ser infernal al que cubren las tinieblas daría todo lo que tiene por recuperar la vida de su esposo?
Y con paso digno y la cabeza bien alta, aun con el dolor que la consumía, abandonó el castillo, porque una dama no merece llorar por alguien que no la aprecie, hay que saber mirar el interior y no el exterior, porque aunque el exterior sea todo oscuridad, el interior puede contener una luz cegadora.
Aun con la valentía y la fuerza de voluntad que mostró, dicen que sigue llorando en el bosque cercano al castillo y que cada diente de león que crece en el mundo es una pluma de las alas que se cortó por amor.
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