martes, 21 de mayo de 2013

El lloro de los cerezos


Hola a todos, quiero presentarme, soy una chica japonesa de 15 años ¿Mi nombre? No tiene importancia, tan solo soy una de las muchas víctimas del desastre de Fukushima. Y, si no os importa, me gustaría contaros mi historia, no es una historia  de príncipes y princesas, o de superhéroes y faunos, es una historia basada en la realidad, la cruel y dura verdad, para que os deis cuenta de que solo los sentimientos permanecen, lo demás, bienes materiales, e incluso tu vida se lo puede llevar un simple capricho de la naturaleza.
Mi jornada comienza como otra cualquiera, un travieso rayo de sol golpea mis parpados, despertándome, siempre con una sonrisa en la cara, feliz de empezar un nuevo día.
Me visto el uniforme y pongo rumbo a la escuela. Mi madre ha tenido que salir antes con mi hermana debido a que vivimos algo lejos de la costa, y el colegio suyo esta cercano a esta, así que tendré que ir sola.
La jornada de estudio se hace larga, pero, poco a poco las horas van transcurriendo. Un temblor. Uno de los muchos terremotos que sacuden mi país, ya estamos acostumbrados. Hacemos los métodos de emergencia adecuados, pero, esta vez es algo distinto.
Oigo el sonido del mar ¿Cómo es posible? Miro por la ventana. Una enorme ola se aproxima hacia nosotros. Abro la boca para gritar; inútil, el agua ya está encima nuestro.
El edificio se derrumba por completo, desplomándose sobre mí y mis compañeros.
Abro los ojos, todo está negro, por un momento creo haber muerto. Despejo mi mente. No, todavía estoy viva, pero una enorme roca aprisiona mi pierna, sin ninguna posibilidad de salir. El suelo está algo mojado y ciento de cuerpos sin vida se amontonan a mi alrededor, parezco ser la única superviviente ¿Me tendría que considerar afortunada? ¿O en cambio desgraciada? Podría morir de una forma más larga y dolorosa.
Las lágrimas comienzan a correr por mis mejillas. No, tengo que ser fuerte aguantar todo lo que pueda.
Las horas pasan lentas, comienzo a perder la esperanza, intento recopilar todos los buenos recuerdos de mis amigas, familia...Lo cual me hace llorar todavía más.
Tengo hambre, sed, frío...mis ojos se cierran y, lentamente, me duermo.
La cálida luz del sol que se cuela a través de un pequeño hueco me despierta. Se escuchan voces a lo lejos. Necesito que me escuchen. Intento gritar, pero tan solo consigo emitir un débil gemido. Cojo todo el aire de mis pulmones, puede que mi vida dependa de ello.
-         ¡Ayuda!- Logro gritar.
Parece que me han oído, aquellas voces se oyen más fuertes y nítidas, se acercan.
Una cara sonriente se deja vislumbrar a través de la pequeña hendidura, es la cara de uno de mis salvadores.
Con ayuda de otros dos hombres logran quitar la piedra que presiona mi pierna contra el suelo y me ayudan a levantarme y salir a la calle.
Observo el ambiente que me rodea, todo esta destruido, dos palmos de agua todavía inundan las calles. Recorro con la mirada a todas las personas que me rodean. De repente, dos rostros conocidos ¡Mi padre y mi madre! Corro como puedo, debido al dolor, hacia ellos y los abrazo con fuerza.
Miro a ambos lados sorprendida. Mi hermana pequeña no está.
-         ¿Risako?- solo consigo articular ese simple nombre.
Mi madre niega con la cabeza y una pequeña y triste lágrima comienza a correr por sus pálidas mejillas.
-         El tsunami arrasó su colegio por completo y no quedó ningún superviviente.
Me derrumbo. No puede ser. Mis lágrimas empapan el suelo ¿Por qué la cruel naturaleza se ha tenido que llevar a una inocente niña de 5 años?
Nuestro hogar ha quedado destruido. Durante los siguientes días viviremos en casa de unos familiares que nos dan alojamiento.
Intento recomponerme pronto, lo que menos necesita mi familia es ver a su hija derrumbada.
Pasados pocos días me atrevo a encender la televisión, pero las noticias van cayendo como losas, mi historia no es única.
El seísmo, el tsunami y, como consecuencia de ellos, el desastre nuclear, han arrasado mi hogar y la muerte de mi hermana nuestros corazones, pues el hueco que ha dejado Risako nadie lo va ha llenar, aunque siempre vivirá nuestro recuerdo.
Estoy asustada, pero intento parecer serena.
En mi mente sé que lo peor puede estar por venir, que aquello puede tener graves consecuencias para las generaciones venideras, pero, de todos modos, me empeño en pensar que lo más desagradable ya ha pasado.
Somos un pueblo valeroso, sumiso y resignado, y sé que sabremos sobreponernos a ello, como lo hemos hecho en anteriores ocasiones.

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